Los derechos de los niños.
En más de diez años de experiencia clínica con niños y adolescentes he visto realidades complicadas que envuelven a los niños de negligencia, desprecio, abuso, sobreprotección y maltrato. No pensemos en casos extremos y aislados. Desgraciadamente hablamos de la práctica habitual. Es difícil mantener el equilibrio y la fuerza para poder ayudar a esos niños evitando el impulso de salir corriendo del despacho. Difícil no desmontarse ante el llanto de un niño que no se siente querido. Y más difícil aún mantenerse neutral y evitar el juicio de unos padres que lo están haciendo horrorosamente mal. Y no hablo de aquellos cuya responsabilidad se asienta en la más pura ignorancia de las necesidades de su hijo, hablo de aquellos que lo hacen mal, lo saben, ven las consecuencias negativas en sus hijos, y aún así, insisten.
El otro día en consulta le pregunté a Jorge sobre qué le gustaría ser de mayor. De forma rotunda me contestó “quiero ser inútil como mi padre”. Atónita le pregunté por qué decía algo así, a lo que él me contestó “es lo que la mamá siempre dice gritando cuando traigo una notita en la agenda”. Jorge tiene 10 años, un trastorno de déficit de atención con hiperactividad, pocos amigos, muchos problemas, y una madre con muy poco conocimiento sobre la construcción de la autoestima click over here now. Lleva tres años tomando una medicación que le quita las ganas de comer y le da dolor de cabeza. No come, no crece. En el colegio, todas suspendidas. En el patio, guerra abierta. En casa, siempre castigado. Las pastillas milagrosas parece que no funcionan. Pero él sabe que se las estará tomando hasta que su neuropediatra vea insuficientes en sus calificaciones o le cuenten que se porta “mal”. Así de sofisticados son los criterios diagnósticos que utilizan algunos profesionales de la salud hoy en día. El TDAH es la explicación a todos sus problemas, y la solución tomar todos los días algo parecido a una anfetamina. Jorge desconfía de semejantes poderes mágicos, por eso aparecen pastillas en el bolsillo de la mochila. Después de unas pocas horas de sueño agitado, despierta con los gritos de una madre aterrorizada por la visión de una reja cerrada en el colegio. Y sin tener demasiada consciencia de quién le ha vestido, quién le ha lavado y qué ha desayunado, allí se encuentra, otro día más, recibiendo codazos de sus enemigos desde la entrada hasta que por fin llega a su mesa. A los dos minutos comienzan los problemas cuando se da cuenta de que se le ha olvidado la agenda, el libro de matemáticas y por supuesto, se olvidó de apuntar el examen de castellano de hoy. No es capaz de atender al discurso monótono de su profesor, hace dos años que ya no comprende lo que dice, entonces, ¿para qué atenderle?. Más que un déficit de atención es un acto voluntario de repulsa. No es capaz de estar inmóvil en su asiento como se requiere. Se retuerce como una anguila intentando no ser amonestado pero rara vez lo consigue. No es capaz de reprimir el impulso de devolver la bola de papel o de atacar cuando es atacado. No sabe, como sus compañeros, hacerlo pero cuando no te mira el profesor. Olvidar la agenda es lo mejor que ha hecho en el día. Así no tendrá que volver a casa con un listado detallado de su incompetencia para el mundo académico. Según su madre, para el mundo, a secas. Cuando finaliza su jornada, como está castigado a todo, no puede ir al parque, ni al cumpleaños de Mario, porque no suele ser bien recibido en los eventos sociales, así que no le queda otra que volver a ponerse delante de esos libros que no comprende, y que casi le causan una descarga eléctrica del asco, miedo y rabia que le generan. Con suerte, sus padres se pondrán a discutir encarnizadamente y nadie controlará como descarga su ira hacia el mundo en el cuerpo de su hermano pequeño. Aunque si no es sigiloso, puede que se enteren, entonces serán sus padres los que descarguen su rabia contra el mundo en su pequeño cuerpo. En breve se acabará el día. Comienza una noche de sueños agitados donde tendrá que seguir luchando sin armas contra los mismos dragones.
La población general y los padres en particular suelen tener presentes determinados derechos de sus hijos, como son la alimentación, la vivienda, la higiene, la asistencia educativa y sanitaria, pero en muchas ocasiones no perciben que existen otros derechos de igual importancia en la consecución de un desarrollo óptimo a nivel individual y colectivo.
Todos los niñ@s tienen derecho a vivir en condiciones que les permitan satisfacer sus necesidades fisiológicas, cognitivas, emocionales y sociales:
- Estar bien alimentado y vivir en condiciones de temperatura e higiene adecuadas.
- Estar protegido de los peligros reales que puedan atentar contra su salud e integridad física, disponiendo de una asistencia social sanitaria.
- Vivir en un ambiente físico y social que le permita desarrollar sus capacidades mentales adecuadamente; sus sentidos, la atención, la percepción, la memoria, el lenguaje emocional, gestual y verbal, sus capacidades logicomatemáticas y de razonamiento en general.
- Disponer de la ayuda de los adultos para comprender el significado de las cosas y de la realidad, sin adoctrinamientos fundamentalistas, sectarios o racistas, sino transmitiéndole los valores más universales y la tolerancia hacia las diferencias culturales, religiosas, étnicas y personales.
- Tiene derecho a sentirse emocionalmente seguro, disponiendo para ello de vínculos afectivos con personas incondicionales que siendo accesibles y capaces de ofrecer ayuda, le expresan su afecto y le aceptan tal y como es.
- Tiene derecho a tener una familia aunque ésta pueda presentar diferentes formas.
- Tiene derecho a ser aceptado y estimado independientemente de su sexo, raza, minusvalía, rendimiento, conducta y cualquier otra característica personal o social.
- Tiene derecho a disponer de una amplia red de relaciones sociales que le permita establecer relaciones de amistad con los iguales, formar parte de asociaciones sociales y sentirse en comunidad.
- Derecho a ser escuchado. Los niños tienen opiniones que deben ser respetadas y tenidas en cuenta en la toma de decisiones en las que están afectados dentro de la familia, la escuela y la sociedad en general.
En mi opinión, si existiera una mayor concienciación de la existencia de estos derechos, y fueran respetados bajo cualquier circunstancia, podríamos contribuir en gran medida a paliar el sufrimiento de los niños que como Jorge, ven su patología como el menor de sus problemas.
Pilar Samper Peris
Psicóloga NºCol. CV-08730