Sensación de no conocerse, no confiar en las propias posibilidades, negación o evasión de los problemas, incoherencia a la hora de actuar, no expresar, no pensar, no tener rumbo ni propósitos definidos, buscar siempre opinión de otros, no acabar lo empezado… son indicadores de una autoestima baja.
La autoestima es esencial para la supervivencia psicológica y ésta depende de las interpretaciones que la persona hace de los sucesos que le ocurren y, en ocasiones, esas interpretaciones se basan en creencias erróneas.
Al socializarnos, adquirimos conceptos morales y sociales y expectativas acerca de la vida que no siempre se ven satisfechas, lo que genera una gran frustración y un cambio de autovaloración personal.
Además, la crítica patológica, aquella que nos lanzamos a nosotros mismos, destruye nuestra capacidad de enfrentarnos al mundo eficazmente y nos convierte en vulnerables.
Trabajar la autoestima supone identificar el concepto de sí mismo entendiendo qué factores influyen en él, e identificar las distorsiones erróneas que están en la base.
Una vez conseguido este fin, lo siguiente es desarrollar estrategias y técnicas para eliminar distorsiones y adquirir recursos personales saludables (el reconocimiento de sus críticas negativas, la conciencia de su autoconcepto, definición de metas de vida óptimas y la integración de la posibilidad de cambio cognitivo).
Una autoestima sana nos permite querernos, aceptarnos y mostrarnos a los demás como alguien valioso, como alguien digno de respeto y como una persona que puede dar todo aquello que reconoce y valora de sí mismo.
Pasamos la vida deseando que los demás nos quieran, nos acepten y nos valoren, y olvidamos en ocasiones obtener esto de la persona más importante… NOSOTROS y NOSOTRAS MISMAS.