
Tensión, sudor, bloqueo, sensación de pánico, pensamientos de fracaso… Hablar ante un grupo de personas cuya atención está puesta plenamente en nosotros desborda a muchas personas.
Nos invaden los pensamientos catastrofistas anticipatorios («se reirán de mi…»), sobre la situación («odio hablar en voz alta…»), sobre uno o una misma («no soy capaz de hacerlo…»), sobre las reacciones de nuestro cuerpo («se van a dar cuenta de que estoy nerviosa…»), de evitación o huída («quiero salir corriendo de aquí…»), generalización («seguro que me pasa como aquella vez…»), comparación («no la haré tan bien como él…»), etc.
Estos pensamientos nos pueden bloquear, generando un aumento de la tensión y la ansiedad y provocando un gran malestar. E, inevitablemente, nuestra capacidad de comunicar se ve interferida por este malestar.
La habilidad de hablar en público se aprende, no es algo innato y no está relacionada con la eficiencia, ni con la profesionalidad en muchas ocasiones; pero, sí es el canal por el que intentamos hacer llegar a otros nuestros conocimientos, nuestras opiniones o intentamos persuadir desde un punto de vista más comercial.
Pero cada persona que aprende a desarrollar esta habilidad es distinta, enmarcando la misma en una personalidad concreta, con unos recursos específicos y con un autoconcepto y autoestima diferente. Elementos estos que refuerzan u obstaculizan el ejercicio de esta importante habilidad y nos hacen distintos a la hora de comunicar. Por ello no sólo es importante vencer los miedos y la ansiedad que generan la situación de hablar en público, sino saber encontrar un registro en el que la persona dada su individualidad , se sienta cómoda a la hora de comunicar.