
Trabajo, familia, atender de quienes cuidamos, los requerimientos de la vida cotidiana a veces nos superan, generando una gran presión a nivel psicológico y emocional.
En ciertas ocasiones, es un área concreta la que nos desborda. En otras ocasiones, no son cada una de estas circunstancias en sí mismas la fuente de estrés, sino que al confluir, se suman y hacen que a veces sintamos que no estamos capacitados para sobrellevarlas. La manera en que interpretamos y pensamos acerca de lo que nos ocurre, afecta a nuestra experiencia de estrés, que es una respuesta natural de nuestro cuerpo, ante situaciones que valoramos como amenazantes.
El estrés se expresa en forma de cambios de estado de ánimo, ansiedad, excesiva autocrítica, aumento del consumo de tabaco o alcohol, cambios en el apetito, tensión muscular, problemas de sueño, fatiga…
Cada uno de nosotros y nosotras es más o menos vulnerable.
De ahí, la importancia de conocer cuál es nuestra vulnerabilidad y aprender estrategias que nos permitan gestionar de manera eficaz estos síntomas negativos. Y, sobre todo, aprender a reconocer cuándo aumentan nuestros niveles de tensión y ante qué estímulos y situaciones, para así poder establecer estrategias preventivas.